De la literatura a la cocina

Durante largo tiempo la comida ha formado parte esencial de la literatura, muchos autores ocupan este elemento como una mera contribución a su obra, otros, engarzan tramas o la vida de sus personajes alrededor de este sencillo elemento. Mientras algunos sugieren descripciones sencillas o relatos sobre algún platillo, muchos más explican de manera detallada la […]

Durante largo tiempo la comida ha formado parte esencial de la literatura, muchos autores ocupan este elemento como una mera contribución a su obra, otros, engarzan tramas o la vida de sus personajes alrededor de este sencillo elemento.

Mientras algunos sugieren descripciones sencillas o relatos sobre algún platillo, muchos más explican de manera detallada la elaboración de un suculento manjar que sugieren al lector dejar de lado la lectura y poner manos a la obra en la cocina.

Aquí te presentamos algunos de los platillos y recetas más relevantes de algunas de las más famosas obras de la literatura.

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“El siglo de las luces”, Alejo Carpentier

De acuerdo con Carpentier, la palabra bucán tiene su origen en el tupí, por lo que podría referirse a lo que usualmente conocemos como una parrillada, de tal modo, en este relato, un grupo de bucaneros se encargar de preparar y cocinar unos cerdos salvajes cazados en una isla desierta.

«No tardó la caza en organizarse, y los animales traídos, conservando todavía en las trompas un furioso encogimiento de jabalíes acorralados, pasaron a manos de los cocineros. Después de limpiarlos de cerdas y pellejos negros con escamadores de pescado, tendieron los cuerpos sobre parrillas llenas de brasas, de lomo al calor, con las entrañas abiertas -tenidas abiertas por finas varas de madera. Sobre aquellas carnes empezó a caer una tenue lluvia de jugo de limón, naranja amarga, sal, pimienta, orégano y ajo, en tanto que una camada de hojas de guayabo verde, arrojada sobre los rescoldos, llevaba su humo blanco, agitado, oloroso a verde -aspersión de arriba, aspersión de abajo- a las pieles, que iban cobrando un color de carey al tostarse, quebrándose a veces, con chasquido seco, en una larga resquebrajadura que liberaba el unto, promoviendo alborotosos chisporroteos en el fondo de la fosa, y cuya misma tierra olía ya a chamusquina de verraco. Y cuando faltó poco para que los cerdos hubiesen llegado a su punto, sus vientres abiertos fueron llenados de codornices, palomas torcaces, gallinetas y otras aves recién desplumadas. Entonces se retiraron las varas que mantenían las entrañas abiertas y los costillares se cerraron sobre la volatería, sirviéndoles de hornos flexibles, apretados a sus resistencias, consustanciándose el sabor de la carne oscura y escueta con el de la carne clara y lardosa, en un bucán que, al decir de Esteban, fue «Bucán de Bucanes» -cantar de cantares».

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“Oda al caldillo de congrio”, Pablo Neruda

Esta tradicional receta chilena que incluye pimientos, tomates, cilantro, papas, vino blanco y zanahorias entre sus ingredientes, se ha convertido en toda una receta lirica a través de este poema.

«En el mar / tormentoso / de Chile / vive el rosado congrio, / gigante anguila / de nevada carne. / Y en las ollas / chilenas, / en la costa, / nació el caldillo, / grávido y suculento, / provechoso. / Lleven a la cocina / el congrio desollado, / su piel manchada cede / como un guante / y al descubierto queda / entonces / el racimo del mar, / el congrio tierno / reluce / ya desnudo, / preparado / para nuestro apetito. / Ahora / recoges / ajos, / acaricia primero / ese marfil / precioso, / huele / su fragancia iracunda, / entonces / deja el ajo picado / caer con la cebolla / y el tomate / hasta que la cebolla / tenga color de oro. / Mientras tanto / se cuecen / con el vapor / los regios / camarones marinos / y cuando ya llegaron / a su punto, / cuando cuajó el sabor / en una salsa / formada por el jugo / del océano / y por el agua clara / que desprendió la luz de la cebolla, / entonces / que entre el congrio / y se sumerja en gloria, / que en la olla / se aceite, / se contraiga y se impregne. / Ya sólo es necesario / dejar en el manjar / caer la crema / como una rosa espesa, / y al fuego / lentamente / entregar el tesoro / hasta que en el caldillo / se calienten / las esencias de Chile, / y a la mesa / lleguen recién casados / los sabores / del mar y de la tierra / para que en ese plato / tú conozcas el cielo».

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“Como agua para chocolate”, Laura Esquivel

La novela de esta escritora mexicana inicia cada capítulo con una receta sumamente detallada y relacionada con un momento de la vida de Tita, su protagonista.

Ingredientes: 1 lata de sardinas, ½ chorizo, 1 cebolla, orégano, 1 lata de chiles serranos, 10 teleras.

Manera de hacerse: La cebolla tiene que estar finamente picada. Les sugiero ponerse un pequeño trozo de cebolla en la mollera con el fin de evitar el molesto lagrimeo que se produce cuando uno la está cortando. Lo malo de llorar cuando uno pica cebolla no es el simple hecho de llorar, sino que a veces uno empieza, como quien dice, se pica, y ya no puede parar (…).

Hay que tener cuidado de freír el chorizo para las tortas a fuego muy lento, para que de esta manera quede bien cocido, pero sin dorarse excesivamente. En cuanto está listo se retira del fuego y se le incorporan las sardinas, a las que con anterioridad se las ha despojado del esqueleto. Es necesario, también, rasparles con un cuchillo las manchas negras que tienen sobre la piel. Junto con las sardinas se mezclan la cebolla, los chiles picados y el orégano molido. Se deja reposar la preparación, antes de rellenar las tortas (…).

De preferencia las teleras deben ser horneadas en casa. Pero si no se puede, lo más conveniente es encargar en la panadería unas teleras pequeñas, pues las grandes no funcionan adecuadamente para esta receta. Después de rellenarlas se meten diez minutos al horno y se sirven calientes. Lo ideal es dejarlas al sereno toda una noche envueltas en una tela, para que el pan se impregne con la grasa del chorizo.

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